martes, 10 de junio de 2014

AVE, CAESAR




Dícese que su estatura era elevada, blanca la tez, bien conformados los miembros, cara redonda, ojos negros y vivos, temperamento robusto, aunque en sus últimos tiempos acomentíanle repentinos desmayos y terrores nocturnos que le turbaban el sueño. Dos veces también experimentó ataques de epilepsia estando desempeñando sus cargos públicos. Daba mucha importancia al cuidado de su cuerpo, y no contento con que le cortasen el pelo y afeitasen con frecuencia, hacíase arrancar el vello, según le censuraban, y no soportaba con paciencia la calvicie que le expuso más de una vez a las burlas de sus enemigos. Por esta razón se atraía sobre la frente el escaso cabello de la parte posterior, y de cuantos honores le concedieron el pueblo y el Senado ninguno le fue tan grato como el de llevar constantemente una corona de laurel. Cuidadoso era también de su traje. Usaba laticlavo guarnecido de franjas que le llegaban hasta las manos, poniéndose siempre sobre esta prenda el cinturón muy flojo. Esta costumbre hacía decir frecuentemente a Sila, dirigiéndose a los nobles: “Desconfiad de ese joven mal ceñido”.

Dudóse de si en sus expediciones fue más cauto que audaz. Jamás llevó su ejército a terreno propicio a emboscadas sin explorar previamente los caminos, ni le hizo pasar a Britania hasta asegurarse por sí mismo del estado de los puertos, del modo de navegación y de los parajes que permitían el desembarco.

En cuanto a las batallas, no se guiaba solamente por planes meditados con detenimiento, sino que también aprovechaba las oportunidades que se le presentaban, ocurriendo muchas veces que atacaba inmediatamente después de una marcha, o con tiempo tan espantoso que nadie podía suponer se hubiese puesto en movimiento; y solamente en los últimos años de su vida fue más cauto en presentar batalla, convencido de que, habiendo conseguido tantas victorias, no debía tentar a la fortuna y de que menos ganaría siempre con una victoria que perdería con una derrota. Nunca derrotó a un enemigo sin apoderarse inmediatamente de su campamento, ni dejaba reponerse del terror a los vencidos. Cuando la victoria era dudosa, hacía alejar todos los caballos, empezando por el suyo, para imponer a los soldados la necesidad de vencer, quitándoles todos los medios de huir.

Terminadas las guerras gozó cinco veces de los honores del triunfo: cuatro en el mismo mes, después de la victoria sobre Escipión (en Tapso), aunque con algunos días de intervalo, y la quinta después de la derrota de los hijos de Pompeyo. El triunfo primero y más esclarecido fue sobre las Galias; después el de Alejandría, el del Ponto, el de África y, en último lugar, el de Hispania, siempre con aparato y fausto diferentes. Cuando celebró su victoria sobre el Ponto, veíase entre los demás ornamentos triunfales un cartel con las palabras “veni, vidi, vici”, que no expresaban como las demás inscripciones los acontecimientos de la guerra, sino su rapidez.

Constante opinión es que fue muy dado a la incontinencia y espléndido para conseguir estos placeres, habiendo corrompido un considerable número de mujeres de elevado rango, entre las que se cita a Postumia, esposa de Servio Sulpicio; a Lolia, de Aulo Gabinio; a Tertula, de M. Craso, como también a Mucía, de Cn. Pompeyo. Pero a ninguna amó tanto como a la madre de Bruto, Servilia, a la que dio durante su primer consulado una perla que le había costado seis millones de sestercios. También amó a reinas, entre otras a Eunoe, esposa de Bogud, rey de Mauritania, y según refiere Nasón hízole, lo mismo que a su marido, numerosos ricos regalos; pero amó mucho más a Cleopatra, con la frecuentemente prolongó comidas hasta la nueva aurora, y en nave suntuosamente aparejada hubiese penetrado con ella desde Egipto a Etiopía si el ejército no se hubiera negado a seguirle: hízole venir en fin a Roma, no dejándola marchar sino colmada de dones y consintiendo llevase su nombre el hijo que tuvo de ella (Cesarión).

Su íntimo trato con Nicomedes mancha su reputación, cubriéndole de indeleble y eterno oprobio, exponiéndole a multitud de sátiras. Omito los conocidísimos versos de Licinio Calvo:

Todo lo que Bitinia
Y el amante de César llegaron a poseer
Impútansele, sin embargo, acciones y palabras que demuestran el abuso de poder y que parecen justificar su muerte.

GAYO SUETONIO TRANQUILO, nació el 70 d.C. en Hippo Regius (ARGELIA)



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