Aglae
¡Que reguapo estás hoy, Platero!
Ven aquí... ¡Buen jaleo te ha dado esta mañana la Macaria! Todo lo que es
blanco y todo lo que es negro en ti luce y resalta como el día y como la noche
después de la lluvia.
¡Qué guapo estás, Platero!
Platero, avergonzado un poco de
verse así, viene a mí lento, mojado aún de su baño, tan limpio que parece una muchacha
desnuda. La cara se le ha aclarado, igual que un alba, y en ella sus ojos
grandes destellan vivos, como si la más joven de las Gracias le hubiera
prestado ardor y brillantez.
Se lo digo, y en un súbito entusiasmo
fraternal, le cojo la cabeza, se la revuelvo en cariño so apretón, le hago
cosquillas...
Él, bajos los ojos, se defiende
blandamente con las orejas, sin irse, o se liberta, en breve correr, para
pararse de nuevo en seco, como un perrillo juguetón.
— ¡Qué guapo estás, hombre! —le
repito.
Y Platero, lo mismo que un niño
pobre que estrenara un traje, corre tímido, hablándome, mirándome en su huida
con el regocijo de las orejas, y se queda, haciendo que come unas campanillas
coloradas, en la puerta de la cuadra.
Aglae, la donadora de bondad y de
hermosura, apoyada en el peral que ostenta triple copa de hojas, de peras y de gorriones,
mira la escena sonriendo, casi invisible en la transparencia del sol matinal.
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ, nació el 23 de diciembre de 1881, en Huelva