En ese preciso momento entró el capellán. Cuando lo vi,
sentí un ligero estremecimiento. El lo notó y me dijo que no tuviera miedo. Le
dije que su costumbre era venir a otra hora. Me respondió que era una visita
amistosa que no tenía nada que ver con la apelación, de la que no sabía nada.
Se sentó en el camastro y me invitó a acercarme más a él. Me negué. A pesar de
todo, me parecía muy amable.
“¿Por qué, me dijo, rehúsa usted mis visitas?” Contesté
que no creía en Dios. Quiso saber si estaba bien seguro y le dije que yo mismo
no tenía para que preguntármelo; me parecía una cuestión sin importancia. Se
echó entonces hacia atrás y se recostó contra el muro, con las manos en los
muslos. Casi sin que pareciera hablarme, observó que a veces uno creía estar
seguro cuando, en realidad, no lo estaba. Yo no decía nada. Me miró y me
preguntó: “¿Qué piensa usted?” Contesté que quizá fuera así. Quizá no estaba
seguro de lo que interesaba realmente, pero, en todo caso, estaba completamente
seguro de lo que no me interesaba. Y, justamente, lo que él me decía no me interesaba.
Volvió la mirada y, siempre sin cambiar de posición, me
preguntó si no hablaba así por exceso de desesperación. Le expliqué que no
estaba desesperado. Simplemente tenía miedo, era bien natural. “Entonces Dios
le ayudará.” hizo notar. “Todos cuantos he conocido en su caso han vuelto a Él.”
Reconocí que estaban en su derecho. Probaba también que tenían tiempo para
hacerlo. En cuanto a mí no quería que me ayudaran y precisamente no tenía
tiempo para interesarme en lo que no me interesaba.
ALBERT CAMUS, nació
el 7 de noviembre de 1913, en Algeria
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