Mi nombre, Waris, significa Flor del Desierto en somalí. Los pétalos ovalados
de la flor del desierto son de un amarillo anaranjado, y este pequeño arbusto
se inclina para acoger la tierra de Alá entre sus raíces. En Somalia a veces
puede pasar un año sin la bendición de las lluvias y, aun así, de algún modo
esta planta sobrevive. Cuando las lluvias por fin hacen su aparición, al día
siguiente verás brotar las flores. Surgen de las grietas de la tierra como si fueran
mariposas nómadas. Estas delicadas florecillas decoran el desierto cuando nada
más sobrevive. Una vez le pregunté a mi madre: «¿Cómo diste con ese nombre?»
Ella se limitó a hacer una especie de broma al respecto y repuso: «Supongo que
porque eres especial».
Lo que me viene a la mente cuando pienso en mi nombre es que soy una superviviente, como la flor del desierto. Mi alma también lo dice. Después
de todo lo que he pasado, me siento como si tuviera 130 años, a veces más. Sé que
ya he estado aquí antes una y otra vez. Cuando pensaba en las cosas buenas y
malas de mi vida, sabía sin duda alguna que me las arreglaría para sobrevivir.
No sé por qué mi madre escogió esa planta, no sé por qué Alá me escogió, pero
ambas cosas casan a la perfección. Lo sé.
Si creces en Somalia, sabes lo que es levantarte y seguir cuando no tienes
fuerza. Eso es lo que hice, levantarme de aquella cama y continuar. Sabía que quería encontrar a mi madre. Quería regresar al lugar en que nací y verlo
con unos ojos nuevos. Sólo que no sabía cómo hacerlo, parecía imposible dar con
mi familia, casi tan imposible como que una chica que cuidaba camellos llegara
a ser modelo.
Día 6 de febrero:
Día Internacional contra la mutilación genital
femenina
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