PRÓLOGO
Hombro a hombro con los revolucionarios, yo, que no lo era, luché contra el
fascismo con el arma de mi oficio. No me acusa la conciencia de ninguna
apostasía. Cuando no estuve conforme con ellos, me dejaron ir en paz.
Me fui cuando tuve la íntima convicción de que todo estaba perdido y ya no
había nada que salvar, cuando el terror no me dejaba vivir y la sangre me
ahogaba. ¡Cuidado! En mi deserción pesaba tanto la sangre derramada por las
cuadrillas de asesinos que ejercían el terror rojo en Madrid como la que
vertían los aviones de Franco, asesinando mujeres y niños inocentes. Y tanto o
más miedo tenía a la barbarie de los moros, los bandidos del Tercio y los
asesinos de la Falange, que a la de los analfabetos anarquistas o comunistas.
Los «espíritus fuertes» dirán seguramente que esta
repugnancia por la humana carnicería es un sentimentalismo anacrónico. Es
posible. Pero, sin grandes aspavientos, sin dar a la vida humana más valor del
que puede y debe tener en nuestro tiempo, ni a la acción de matar más trascendencia
de la que la moral al uso pueda darle, yo he querido permitirme el lujo de no
tener ninguna solidaridad con los asesinos. Para un español quizá sea éste un
lujo excesivo.
Se paga caro, desde luego. El precio, hoy por hoy, es la Patria. Pero, la
verdad, entre ser una especie de abisinio desteñido, que es a lo que le condena
a uno el general Franco, o un kirguís de Occidente, como quisieran los agentes
del bolchevismo, es preferible meterse las manos en los bolsillos y echar a
andar por el mundo, por la parte habitable de mundo que nos queda, aun a sabiendas
de que en esta época de estrechos y egoístas nacionalismos el exiliado, el sin
patria, es en todas partes un huésped indeseable que tiene que hacerse perdonar
a fuerza de humildad y servidumbre su existencia. De cualquier modo, soporto
mejor la servidumbre en tierra ajena que en mi propia casa.
Cuando el gobierno de la República abandonó supuesto y se marchó a
Valencia, abandoné yo el mío. Ni una hora antes, ni una hora después. Mi condición
de ciudadano de la República Española no me obligaba a más ni a menos. El poder
que el gobierno legítimo dejaba abandonado en las trincheras de los arrabales
de Madrid lo recogieron los hombres que se quedaron defendiendo heroicamente
aquellas trincheras. De ellos, si vencen, o de sus vencedores, si sucumben, es
el porvenir de España.
El resultado final de esta lucha no me preocupa demasiado. No me interesa
gran cosa saber que el futuro dictador de España va a salir de un lado u otro
de las trincheras. Es igual. El hombre fuerte, el caudillo, el triunfador que
al final ha de asentar las posaderas en el charco de sangre de mi país y con el
cuchillo entre los dientes—según la imagen clásica— va a mantener en
servidumbre a los celtíberos supervivientes, puede salir indistintamente de uno
u otro lado. Desde luego, no será ninguno de los líderes o caudillos que han
provocado con su estupidez y su crueldad monstruosas este gran cataclismo de España.
A ésos, a todos, absolutamente a todos, los ahoga ya la sangre vertida. No va a
salir tampoco de entre nosotros, los que nos hemos apartado con miedo y con
asco de la lucha. Mucho menos hay que pensar en que las aguas vuelvan a
remontar la corriente y sea posible la resurrección de ninguno de los personajes
monárquicos o republicanos a quienes mató civilmente la guerra.
El hombre que
encarnará la España superviviente surgirá merced a esa terrible e ininteligente
selección de la guerra que hace sucumbir a los mejores. ¿De derechas? ¿De
izquierdas? ¿Rojo? ¿Blanco? Es indiferente. Sea el que fuere, para imponerse,
para subsistir, tendrá, como primera providencia, que renegar del ideal que hoy
lo tiene clavado en un parapeto, con el fusil echado a la cara, dispuesto a
morir y a matar. Sea quien fuere, será un traidor a la causa que hoy defiende.
Viniendo de un campo o de otro, de uno u otro lado de la trinchera, llegará más
tarde o más temprano a la única fórmula concebible de subsistencia, la de
organizar un Estado en el que sea posible la humana convivencia entre los ciudadanos
de diversas ideas y la normal relación con los demás Estados, que es
precisamente a lo que se niegan hoy unánimemente con estupidez y crueldad
ilimitadas los que están combatiendo.
No habrá más que una diferencia, un matiz. El de
que el nuevo Estado español cuente con la confianza de un grupo de potencias
europeas y sea sencillamente tolerado por otro, o viceversa. No habrá más. Ni
colonia fascista ni avanzada del comunismo. Ni tiranía aristocrática ni dictadura
del proletariado. En lo interior, un gobierno dictatorial que con las armas en
la mano obligará a los españoles a trabajar desesperadamente y a pasar hambre sin
rechistar durante veinte años, hasta que hayamos pagado la guerra. Rojo o
blanco, capitán del ejército o comisario político, fascista o comunista,
probablemente ninguna de las dos cosas, o ambas a la vez, el cómitre que nos
hará remar a latigazos hasta salir de esta galerna ha de ser igualmente cruel e
inhumano. En lo exterior, un Estado fuerte, colocado bajo la protección de unas
naciones y la vigilancia de otras. Que sean estas o aquéllas, esta mínima cosa
que se decidirá al fin en torno a una mesa y que dependerá en gran parte de la
inteligencia de los negociadores, habrá costado a España más de medio millón de
muertos. Podía haber sido más barato.
Hoy 1 de abril de 2014, cumplimos 75 años del fin de la Guerra Civil Española
Probablemente mi próxima novela esté ambientada en la Guerra Civil. Ando basculando entre dos posibilidades, no se. Es un período que conozco bastante bien, complejo, y que me pide un enfoque diferente.
ResponderEliminarBueno el fragmento, denso
Saludos
Hola Rubén, en más de una ocasión has comentado que estás trabajando sobre este tema de la Guerra Civil. ¡Y no puedes imaginarte las ganas que tengo de que pongas manos a la obra, para ver el resultado de este proyecto!
ResponderEliminarMucho se ha escrito sobre esta guerra, nada te descubro que ya no sepas. Y me gusta que le busques otro enfoque, porque hasta hace bien poco sólo conocíamos la versión de los hechos, desde el bando vencedor.
Esta obra está clasificada por varios "expertos" como el mejor libro sobre la Guerra Civil Española. Porque estuvo escrita durante el conflicto bélico y no hace proselitismo de ningún bando.
Gracias por le comentario.
Queda apuntado. ¿De veras crees que se puede ser imparcial en un tema tan controvertido?... Joe, no se, es que esta maldita guerra resulta tan visceral, es como el bien y el mal, en fin, uno puede tratar de ser objetivo pero es imposible que los demás lo vean todos así. En definitiva, tienes que enfocar la existencia, la realidad o no del bien y del mal. el problema que cada cual tiene una idea de esos dos conceptos, el yin y el yan. De la manera que los enfoques, al final tendrás que bascular a uno u otro bando. Yo no lo entiendo de otra manera. Yo estoy con el pobre, con los que sufren. No puedo estar del bando del que quiere que todo siga igual para seguir viviendo a cuerpo de Rey.
EliminarSaludos
De Chaves Nogales me leí "Juan Belmonte, matador de toros, su vida y sus azañas"
ResponderEliminary "La vuelta a Europa en avión" y los dos me parecieron fascinantes.
El título que tu traes suena enteramente a película.