-¡Qué mujer más fascinante! –comenté, dirigiéndome
a mi compañero.
Holmes había encendido la pipa de nuevo y, bien
acomodado en su butaca, bajando los párpados, dijo perezosamente:
-¿Si? No me he fijado.
- Usted es un autómata. Una máquina calculadora –afirmé-.
Hay veces que noto en usted algo verdaderamente inhumano.
Sonrió amablemente.
- Resulta de vital importancia que nuestros
criterios no resulten influidos por valoraciones de tipo personal –dijo-. Para
mí, un cliente es uno más, un aspecto un problema. Las emociones son enemigas
de un razonamiento certero. Puedo asegurarle que la mujer más maravillosa que
usted pudo conocer fue ahorcada, bajo la acusación de envenenamiento de tres
niños con el fin de cobrar un seguro, y que el hombre más repugnante que
conozco es un filántropo que lleva gastado un cuarto de millón de libras en
limosnas para los pobres de Londres.
- Pero con todo, en este caso…
- Nunca hay que hacer excepciones. Las
excepciones terminan con la regla. ¿Ha estudiado usted alguna vez el carácter a
través de la escritura? ¿Qué conclusión sacaría de rasgos como éstos?
- Es una letra clara y regular –respondí-. Se
trata de alguien con hábito de trabajo y firme carácter.
Holmes protestó con la cabeza.
- Observe estas letras alargadas –señaló-. Se
alzan excesivamente por encima de las otras. Esta de parece una a; y esta ele, una e. Los hombres de mucho carácter establecen siempre diferencias en
las letras largas, aunque luego resulten ilegibles. Mire la vacilación de las tes y la fatuidad de sus mayúsculas.
Bueno, tengo que irme, Voy a hacer algunas averiguaciones.
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