Cuando llego
al palier de casa siento la tensión antes de abrir la puerta, flota en la
oscuridad como un olor fuerte. Ruego que no tenga nada que ver conmigo pero
tiene: llamaron del colegio para avisar que si mañana no me acompaña uno de mis
padres no puedo entrar a clase. Me lo avisa la mucama en voz baja cuando entro
por la cocina. Parái ché vení, me dice tironeándome de un codo hasta el
lavadero.
Papá está de
viaje por un seminario sobre la educación a distancia, tema en el que
seguramente debe ser una eminencia porque en casa no está nunca. Mi hermano
Javo sale de la nada, y me dice sonriendo: la loca te va a matar. Hace con la
boca un juic y se pasa los cuatro dedos por el cuello, derechos como una
cuchilla. Nada lo hace más feliz que la desgracia ajena.
Una de las cosas que mamá más odia en el mundo — porque se queja sin parar— es tener que ir al colegio. Por
suerte es casi lo único en lo que nos parecemos. Siempre dice lo mismo: yo al
colegio ya fui, y no es capaz de ir a un acto escolar ni muerta. Ni aunque
actuemos alguno de sus seis talentosísimos hijos. No iba ni siquiera cuando era
abanderada Mercedes, mi hermana mayor, su preferida, que es una traga a la que
le encanta estudiar. Mucho menos cuando es algo que tenga que ver con los
chicos o conmigo. Los chicos son mis cuatro hermanos varones, con los que me
llevo mucho mejor que con mi hermana, que se hace la grande porque va a la
facultad.
A mamá le cuesta levantarse temprano, se despierta de
mal humor y maltrata a todo lo que se le cruza por el camino, sea una persona o
un zapato. Toma pastillas para dormir y también para levantarse, pero la mucama
nueva que tenemos, que es más buena que un canario, le prepara té de tilo
porque dice que eso es lo que le va a curar los nervios. Una vez le hicieron
una cura de sueño que la dejó bastante tranquila, pero mamá dijo que lo que la
ayudaba a mantener los ojos cerrados era lo fea que era la clínica.
MAITENA BURUNDARENA, nace el 19 de mayo
de 1962, en Buenos Aires
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