En el año 1911 el genial escritor alemán Thomas Mann, acompañando a su
esposa, que se hallaba enferma, se estableció en un sanatorio de Davos, Suiza. En
contacto con los enfermos que acuden de todas las naciones en busca de salud a aquellos
famosos sanatorios; ante el espectáculo grandioso de aquella naturaleza
montañosa y salvaje, amplia como el Tiempo, Thomas Mann concibió la primera
idea de lo que más tarde sería una obra literaria genial, a la altura de las
grandes creaciones de todas las literaturas: «Der Zauberberg» («La Montaña
Mágica»).
La gestación de este gran libro, copiosísimo en ideas y lecturas, fue
lenta. El autor comenzó a escribirlo en 1911 y terminó en 1923. Empleó doce
años tenaces de trabajo y meditación en esta obra monumental, representativa de
todo nuestro tiempo. La idea primitiva del escritor alemán, galardonado con el
premio Nobel, fue la de escribir una réplica a «La Muerte en Venecia», hacer una
obra cuyo tema fuese la seducción de la Muerte y la Enfermedad; pero esa
originaria concepción fue ampliándose durante los doce años de trabajo, las
meditaciones del escritor fueron extendiéndose por el mundo contemporáneo, y
los problemas que la Gran Guerra hizo virulentos y palpitantes se condensaron
en torno a la idea inicial.
La obra fue adquiriendo las proporciones de un enorme aerolito macizo, de
fuego y piedra, de idea y amor, sometido en su órbita a las fuerzas que rigen
la gravitación de la tenebrosa época actual. El genio alemán, después de Goethe,
no ha llegado a producir nada semejante en profundidad y magnitud. Pero la gran
virtud de «Der Zauberberg» está más bien en su alcance internacional, en su
visión amplia por encima de las fronteras, en ser no una novela de una determinada
nación o raza, sino la novela del mundo, de ese mundo contemporáneo, turbio y grandioso,
hasta cuyo corazón lleno de misterios, hasta cuya masa interior resquebrajada,
que parece anunciar un gran cataclismo cósmico, ningún hombre ha podido hundir
su mirada ni penetrar su secreto.
Patrimonio de los genios es hundir la antorcha luminosa del pensamiento en
el misterio tenebroso del porvenir y aportar algo de luz a su impenetrable sombra.
Tal es la virtud capital de esta novela de Thomas Mann, cuyas bellezas de
forma, pensamiento e imágenes constituirían, por sí solas, una obra literaria
magnífica.
(Fragmento del prólogo del traductor Mario Verdaguer, de
la edición alemana de Fischer.)
THOMAS MANN, murió el 12 de agosto de 1955, en Zürich
(SUIZA)
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