UN CAMINO A TRAVÉS DEL AIRE
Hamacó al negro, sosteniéndolo por los tirantes,
ociosamente, distraídamente, sacudiendo un dedo bajo la cara negra.
-Subirás y subirás como un petardo en la noche del cuatro de julio, y luego, ipum! Y allá estarás tú, unas pocas cenizas desparramadas en el espacio. Esos chiflados hombres de ciencia, no saben nada, ¡los matarán a todos!
-Subirás y subirás como un petardo en la noche del cuatro de julio, y luego, ipum! Y allá estarás tú, unas pocas cenizas desparramadas en el espacio. Esos chiflados hombres de ciencia, no saben nada, ¡los matarán a todos!
-No me importa.
-Me alegro. Porque ¿sabes qué hay allá, en ese planeta
Marte? ¡Monstruos de ojos saltones y ensangrentados como hongos! ¡No los viste
en esas revistas de cuentos del futuro que compras en la droguería por una
moneda? Eh, ¿no los viste? Bueno, ¡esos monstruos se te echarán encima y te
devorarán hasta los tuétanos!
-No me importa, no me importa nada.
Belter miraba a los que desfilaban por la calle
alejándose. El sudor le brillaba sobre la frente oscura. Parecía a punto de
desmayarse.
-Y además allá arriba hace frío. No hay aire. Caerás,
retorciéndote como un pescado, boqueando, y te ahogarás y te ahogarás hasta
morir. ¿Te gusta eso?
-Hay muchas cosas que no me gustan, señor. Por favor,
señor, déjeme ir. Se me hace tarde.
-Te dejaré ir cuando esté dispuesto a dejarte ir.
Seguiremos charlando amablemente y ya te diré cuándo puedes irte. Ya lo sabes.
Quieres viajar, ¿no es cierto? Muy bien, señor camino a través del aire, ¡largo
para casa!, ¡y a trabajar hasta que me pagues los cincuenta dólares! ¡Te
llevará dos meses!
-Pero si me quedo a trabajar perderé el cohete, señor.
Téece puso una cara triste.
-¿No es una lástima?
-Le doy mi caballo, señor.
-El caballo no es un pago legal. No, no te vas hasta
que tenga mi dinero.
Téece rió entre dientes satisfecho y feliz.
Un grupo de gente negra se había reunido a
escucharlos. Belter, cabizbajo, temblaba de pies a cabeza y un viejo dio un
paso adelante.
Téece le echó una breve mirada.
-¿Qué pasa?
-¿Cuánto le debe este hombre, señor?
-Nada que te interese.
El viejo miró a Belter.
-¿Cuánto, hijo?
-Cincuenta dólares.
El viejo abrió las negras manos y miró a la gente de
alrededor.
-Sois veinticinco. Que cada uno dé dos dólares.
Pronto, no es momento de discutir.
-¡Eh, un momento! -exclamó Téece poniéndose tieso, y
erguido, muy erguido.
Aparecieron los dólares. El viejo los metió dentro de
su sombrero y se los dio a Belter.
-Hijo -comentó-, no perderás el cohete.
RAY
BRADBURY, nació el 22 de agosto de 1920, en Illinois (USA)
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