Alba nació parada, lo cual
es signo de buena suerte. Su abuela Clara buscó en su espalda y encontró una
mancha en forma de estrella que caracteriza a los seres que nacen capacitados
para encontrar la felicidad. No hay que preocuparse por esta niña. Tendrá buena
suerte y será feliz. Además tendrá buen cutis, porque eso se hereda y a mi
edad, no tengo arrugas y jamás me salió un grano”, dictaminó Clara el segundo
día del nacimiento. Por esas razones no se preocuparon de prepararla para la
vida, ya que los astros se habían combinado para dotarla de tantos dones. Su
signo era Leo. Su abuela estudió su carta astral y anotó su destino con tinta
blanca en un álbum de papel negro, donde pegó también unos mechones verdosos de
su primer pelo, las uñas que le cortó al poco tiempo de nacer y varios retratos
que permiten apreciarla tal como era: un ser extraordinariamente pequeño, casi
calvo, arrugado y pálido, sin más signo de inteligencia humana que sus negros
ojos relucientes, con una sabia expresión de ancianidad desde la cuna. Así los
tenía su verdadero padre. Su madre Blanca quería llamarla Clara, pero su abuela
no era partidaria de repetir los nombres en la familia, porque eso siembra
confusión en los cuadernos de anotar la vida. Buscaron un nombre en un
diccionario de sinónimos y descubrieron el suyo, que es el último de una cadena
de palabras luminosas que quieren decir lo mismo. Años después Alba se
atormentaba pensando que cuando ella tuviera una hija, no habría otra palabra
con el mismo significado que pudiera servirle de nombre, pero Blanca le dio la
idea de usar lenguas extranjeras, lo que ofrece una amplia variedad.
ISABEL ALLENDE, nace el 2 de agosto de 1942, en Lima (Perú)
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