Durante la pasada noche y la
mañana, el Pequod había ido derivando
gradualmente hacia un mar que, a juzgar por las manchas amarillas de brit que se veían de vez en cuando,
indicaba la inusitada proximidad de ballenas francas, especie de leviatán al
que pocos suponían acechando por aquellos alrededores en aquella época del año.
Y aunque por lo corriente todos los marineros desdeñaban la captura de esas
criaturas inferiores; y aunque la misión del Pequod no consistía en darles caza, habiendo pasado cerca de gran
número de ellas, a la altura de las Crozett, sin arriar un solo bote, lo cierto
es que ahora que habíamos remolcado un cachalote hasta el costado del buque,
decapitándolo después, se anunció, ante la sorpresa de todos, que aquel mismo
día, si se presentaba la oportunidad, debía capturarse una ballena franca.
Y la oportunidad no se hizo
esperar mucho. Se avistaron a sotavento unos altos surtidores, y dos lanchas,
la de Stubb y la de Flask, salieron en su persecución. Alejándose más y más,
terminaron por hacerse casi invisibles para los vigías, pero de pronto, a lo
lejos, éstos vieron elevarse una gran montaña de espuma tumultuosa, y al poco
del calcés bajó la noticia de que una de las lanchas, o ambas, debía de ir
remolcada por su presa. Transcurrió un intervalo y las lanchas se hicieron
claramente visibles, arrastradas hacia el buque por la ballena. Tan cerca del
casco llegó ésta que al principio pareció que albergase malas intenciones hacia
él; pero de repente se hundió en un remolino a tres varas de las cuadernas y
desapareció completamente de vista, como si buceara por debajo de la quilla.
-¡Cortad amarras, cortadlas! –fue
el grito que desde el buque se lanzó a las lanchas, que por un momento
parecieron a punto de ir a estrellarse contra el pellejo del navío.
HERMAN MELVILLE, nació el 1 de agosto de 1819, en New York
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