Es
posible que el mayor de los secretos se le acabe de revelar. Existe un segundo
mundo que corre paralelo al primero, insospechado. Uno avanza a trancas y
barrancas por este último durante un cierto período de tiempo; luego llega el
ángel de la muerte en la persona de Wayne Blight o de alguien como él. Durante
un instante, durante un eón, el tiempo se detiene; uno se precipita por un
agujero oscuro. Y luego, voilà!, emerge
en un segundo mundo idéntico al primero, donde el tiempo se reanuda y la acción
continúa –el vuelo por el aire como un gato, la multitud de curiosos, la ambulancia,
el hospital, el doctor Hansen, etc.
Una
conjetura descabellada. Podría estar equivocado. Es más que probable que esté
equivocado. Pero tenga razón o no, sea verdad una ilusión o que con el espíritu
lleno de vacilación llama “el otro lado”, el primer epíteto que le viene a la
cabeza, tecleado letra a letra detrás de sus párpados por la máquina de
escribir celestial, es “penoso”. Si morirse resulta no ser nada más que un
truco que bien podría ser un juego de palabras, si la muerte es un mero tropiezo
en el tiempo después del cual la vida continúa como antes, ¿a qué viene tanto
escándalo? ¿Está permitido rechazarlo, rechazar esta ausencia de muerte, este
destino penoso? “Quiero que me devuelvan mi antigua vida, la que llegó a su fin
en Magill Road”.
En octubre de 2003,
se hace público que JOHN MAXWELL COETZEE, obtendrá el Premio Nobel
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