Lo
que nace, como lo que muere, está regulado por leyes. Sin embargo, ciertos
hombres que tienden a reglamentarlo todo, creen extrañamente que la cosa más
importante, la vida, puede depender de circunstancias fortuitas. Hay un signo
que cada uno lleva consigo, un signo invisible para los ojos de los hombres,
pero bien claro para quien desde los planos más altos gobierna la vida. Esto es
lo que hace a cada uno distinto de cualquier otro. Este signo, que cada uno
lleva en sí, es la carga del propio destino, formado por las acciones
realizadas. Es una luz exclusiva y particular, clara a la vista e imposible de
ser ofuscada por cualquier otra.
Esta
luz personal, que es el grado de espiritualidad de cada uno, puede ser
modificada. El elemento más importante para que se opere tal modificación es la
actitud interior hacia los hechos de la existencia. Quien responde al odio y a
la violencia de igual manera, se coloca en el mismo plano negativo y está pues
sometido a todos los contragolpes. Entonces será dañado, como será igualmente
dañado quien tiene miedo, produciendo el efecto de atraer hacia sí lo que teme.
De este modo, la actitud de cada uno durante el
período crucial de las calamidades será la medida para ser pesados a los fines
de la propia salvación. Pero las fuerzas salvadoras más válidas son la fe y el
amor. Esta actitud, además de ser protectora, atrae a las mejores energías para
la acción positiva.
Llegará un momento en que las experiencias humanas
habrán hecho comprender al hombre que el amor y la espiritualidad son el nivel
más alto de la vida, ya que sólo amando a los otros como a sí mismo podrán ser
resueltos automáticamente todos los problemas sociales de la vida de la Tierra.
El amor es la fuerza divina que une a aquellos que están separados por el
cerebro y por los egoísmos.
Por eso, una sociedad humana puede resistir sólo si
está cimentada por el amor. Todo aquello que no lleve en sí la fuerza del
renacer del amor, decae, ya que solamente el amor es vital. Los hombres que lo
hayan comprendido, y solamente entonces, habrán realizado verdaderamente la
propia salvación.
Elevada su conciencia a un grado superior, habrá
armonía perfecta entre todo lo que vive, entre los hombres y en sus relaciones
con los animales y con la Naturaleza. No hay diferencia en el plano del amor
porque todo es creación divina, aún a niveles de vida distintos.
Al cesar los egoísmos, que en la actualidad y el
pasado son la norma de la existencia, causa y origen de todos los conflictos,
la Humanidad será verdaderamente una familia.
El verdadero fin de la evolución es el de hacer
salir gradualmente el hombre de la animalidad para llevarlo al plano del
espíritu. Esto ocurrirá para aquellos que sean merecedores de subir un nuevo
escalón. De estos hombres emanará una luz nueva, precisamente esa que se llama
espiritual, que es vibración más sutil. Ese don que la Humanidad de hoy todavía
no ha desarrollado, la espiritualidad, será en cambio, propio de los hombres
del mañana. La espiritualidad está por encima de la ciencia, de las emociones y
de la inteligencia. Hoy solamente es de unos pocos, mientras que será cualidad
preeminente en los hombres del Tercer Milenio.
La existencia continuará en ciclos siempre nuevos y
alternos, renovados y a niveles distintos, en un movimiento de espiral y en un
crescendo cada vez mayor que llevará al hombre cada vez más hacia lo alto.
La vida es eterna… y el Bien que es Ley, continuará
siempre venciendo a las fuerzas negativas, sombras fugaces e ilusorias de la
Gran Vida.
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