¿Y
usted, doctor, cree de verdad en la Santa
Compaña?
Creo
en la Santa Compaña, porque la he visto. No es un tipismo. De estudiante, una
noche, fui a hurgar en el osario que hay cerca del cementerio de Boisaca. Tenía
un examen y necesitaba un esfenoide, un hueso del cráneo muy difícil de
estudiar ¡El esfenoide, que maravilla, con su forma de murciélago con alas! Escuché
alguna cosa que no era ruido, como si el silencio cantara gregoriano. Y he aquí,
delante de mis ojos una hilera de fuegos fatuos. Allí había, y perdonadme la
pedantería, los restos ectoplasmados de los difuntos.
La
disculpa era innecesaria, porque todos entendían que quería decir. Lo
escuchaban atentamente, a pesar que el gesto de las miradas iba de la total
entrega a la incredulidad.
¿Y
qué?
Nada.
Tenía a mano el tabaco, por si me lo pedían. Pero pasaron de largo como
motoristas silenciosos.
¿Hacia
dónde iban?, preguntó con inquietud Dombodán.
El
doctor Da Barca se lo miró con seriedad, como si ante él, quisiera hacer
desaparecer cualquier sombra de cinismo.
Hacia
la Eterna Indiferencia, amigo mío.
Pero
al finalizar, apreciando el malestar de Dombodán, corrigió con una sonrisa: En
realidad, creo que se dirigían hacia Santo Andrés de Teixido, onde vai de morto quen non foi de vivo.
Sí, creo que se dirigían hacia allí.
Hoy
31 de octubre:
Noche
de Halloween
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