Lo único
bueno que tienen las fronteras son los pasos clandestinos. Da escalofríos sólo
de pensar el que puede hacer una línea imaginaria trazada un día en la cama por
un rey chocho o dibujada en la mesa por los poderosos, como quien juega al
póquer. Recuerdo una cosa terrible que me contó un hombre. Mi abuelo fue lo
peor que se puede ser en la vida. ¿Y pues, que hizo, matar?, le pedí. No, no.
El abuelo paterno fue sirviente de un portugués. Estaba borracho de bilis
histórica. Pues yo, le dije para hacerlo enfadar, si tuviera que escoger
pasaporte, seria portugués. Pero, por suerte, esta frontera se irá
desvaneciendo en su propio absurdo. Las fronteras verdaderas son las que
mantienen a los pobres apartados del pastel.
¿Sabe?
Yo soy un revolucionario, dijo de golpe, un internacionalista. De los de antes.
De los de la Primera Internacional, si tanto me apura. Aún que se le haga
extraño.
A
mí, no me interesa la política, respondió Sousa con un reflejo instintivo. Me
interesa la persona.
La
persona, claro, murmuró Da Barca. ¿Ha oído, usted, hablar del doctor Nóvoa
Santos?
No.
Fue
una persona interesante. Expuso la teoría de la realidad inteligente.
Me
sabe mal no conocerle.
No
se preocupe. Casi nadie le recuerda, empezando por la mayoría de los médicos.
La realidad inteligente, si señor. Todos dejamos escapar un hilo, como los
gusanos de seda. Mordemos y nos disputamos las hojas de morera, pero este hilo,
si se intercambia con otros, si se entrelaza, puede hacer un tejido precioso,
una tela inolvidable.
MANUEL RIVAS, nace el 24 de octubre
de 1957, en La Coruña.
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