Fueron
cinco meses durante los cuales formó y pulió sus preferencias de lector, al
mismo tiempo que se llenaba de dudas y respuestas.
Al
revisar los textos de geometría se preguntaba si verdaderamente valía la pena
saber leer. Los textos de historia le parecieron un corolario de mentiras.
¿Cómo era posible que esos señores pálidos, con guantes hasta los codos y
apretados calzones de funámbulo, fueran capaces de ganar batallas? Bastaba
verlos con los bucles bien cuidados, mecidos por el viento, para darse cuenta
de que aquellos tipos no eran capaces de matar una mosca. De tal manera que los
episodios de historia fueron desechados de sus gustos de lector.
Edmundo
D’Amicis y Corazón lo mantuvieron
casi la mitad de su estadía en El Dorado. Por ahí marcha el asunto. Ese era un
libro que se pegaba a las manos y los ojos le hacían quites al cansancio para
seguir leyendo, pero tanto va el cántaro al agua que una tarde se dijo que
tanto sufrimiento no podía ser posible y tanta mala pata no entraba en un solo
cuerpo. Había de ser muy cabrón para deleitarse haciendo sufrir de esa manera a
un pobre chico como El Pequeño Lombardo, y, por fin, luego de revisar toda la
biblioteca, encontró aquello que realmente deseaba.
El Rosario, de
Florence Barclay, contenía amor, amor por todas partes. Los personajes sufrían
y mezclaban la dicha con los padecimientos de una manera bella, que la lupa se
le empañaba de lágrimas.
LUIS SEPÚLVEDA, nace el 4 de octubre de
1949, en Chile
Fantástico escritor :)
ResponderEliminarHola Abisal:
EliminarDe Sepúlveda sólo he leído este libro. Y a decir verdad, me equivoqué de lleno al prejuzgar el título con una obra cursilona y romántica. ¡ Dichosos prejucios, no aprenderé jamás!
Me enganché de lleno en la trama desde el principio. Es esa clase de libro que te sabe mal terminarlo.
Tengo pendientes otros libros de este autor, pues al igual que tú, conozco a varios que cuando lo conocen se hacen incondicionales.
Un abrazo.