De
esta manera Príamo y Hécabe rogaban llorando y dirigiéndole muchas súplicas, a
su hijo Háctor, para persuadirle de que atravesara los muros de la fortificada
Ilión, para evitar el combate contra Aquiles:
-
¡Héctor, hijo querido! No aguardes, solo y lejos de los amigos, a ese hombre,
para que no mueras presto a manos del Pelida, que es mucho más vigoroso.
¡Cruel! Así fuera tan caro a los dioses como a mí; pronto se lo comerían,
tendido en el suelo, los perros y los buitres, y mi corazón se libraría del
terrible pesar. Me ha privado de muchos y valientes hijos, matando a unos y
vendiendo a otros en remotas islas.
Ven
adentro del muro, hijo querido, para que salves a los troyanos y a las
troyanas; y no quieras proporcionar inmensa gloria al Pelida y perder tú mismo
la existencia. Compadécete también de mí, de este infeliz y desgraciado que aún
conserva la razón; pues el padre Crónida ma hará perecer en la senectud y con
aciaga suerte, después de presenciar muchas desventuras: muertos mis hijos,
esclavizadas mis hijas, destruidos los tálamos, arrojados los niños por el
suelo en terrible combate y las nueras arrastradas por las funestas manos de
los aqueos. Y cuando, por fin, alguien me deje sin vida los miembros,
hiriéndome con el agudo bronce o con un arma arrojadiza, los voraces perros que
con comida de mi mesa crié en el palacio para que lo guardasen, despedazarán mi
cuerpo en la puerta exterior, beberán mi sangre, y saciado el apetito, se
tenderán en el pórtico. Yacer en el suelo, habiendo sido atravesado en la lid
por el agudo bronce, es decoroso para un joven, y cuanto de él pueda verse,
todo es bello, a pesar de la muerte; pero que los perros destrocen el cuerpo de
un anciano muerto en la guerra, es lo más triste de cuanto les puede ocurrir a
los míseros mortales.
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