Cuaderno de la destrucción y de la salvación
Alba, una muchacha de catorce años,
virgen y morena, regresaba del huerto de su casa con un cestillo de higos
negros, de cuello largo, cuando se detuvo para reprender a dos chicos que
pegaban a otro y le hacían caer en la alberca de la esclusa, y les dijo:
– ¿Qué os ha hecho?
Y ellos le contestaron:
– No lo queremos con nosotros, porque es negro.
– ¿Y si se ahoga?
Y ellos se alzaron de hombros, ya que eran dos muchachos formados en un
ambiente cruel, con prejuicios.
Y entonces, cuando Alba dejaba el
cestillo para lanzarse al agua sin ni siquiera quitarse la ropa, puesto que tan
sólo llevaba unos shorts y una blusa sobre la piel, el cielo y la tierra
empezaron a vibrar con una especie de trepidación sorda que se iba acentuando,
y uno de los chicos, que había alzado la cabeza, dijo:
– ¡Mirad!
Los tres pudieron ver una gran formación de aparatos que se desplegaban
lentamente desde la lejanía, y eran tantos que cubrían el horizonte. El otro
chico dijo:
– ¡Son platillos volantes, tú!
Y Alba miró aún un momento hacia los extraños objetos ovalados y planos que
avanzaban con rapidez hacia el pueblo mientras el temblor de la tierra y del
aire aumentaba y el ruido crecía, pero pensó de nuevo en el hijo de su vecina
Margarida, Dídac, que había desaparecido en las profundidades de la esclusa, y
se lanzó de cabeza al agua, dejando atrás a los chicos, que se habían olvidado
totalmente de su acción y ahora decían:
– ¡Mira como brillan! ¡Parecen de fuego!
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