Dícese
que su estatura era elevada, blanca la tez, bien conformados los miembros, cara
redonda, ojos negros y vivos, temperamento robusto, aunque en sus últimos
tiempos acomentíanle repentinos desmayos y terrores nocturnos que le turbaban
el sueño. Dos veces también experimentó ataques de epilepsia estando
desempeñando sus cargos públicos. Daba mucha importancia al cuidado de su
cuerpo, y no contento con que le cortasen el pelo y afeitasen con frecuencia,
hacíase arrancar el vello, según le censuraban, y no soportaba con paciencia la
calvicie que le expuso más de una vez a las burlas de sus enemigos. Por esta
razón se atraía sobre la frente el escaso cabello de la parte posterior, y de
cuantos honores le concedieron el pueblo y el Senado ninguno le fue tan grato
como el de llevar constantemente una corona de laurel. Cuidadoso era también de
su traje. Usaba laticlavo guarnecido de franjas que le llegaban hasta las
manos, poniéndose siempre sobre esta prenda el cinturón muy flojo. Esta
costumbre hacía decir frecuentemente a Sila, dirigiéndose a los nobles:
“Desconfiad de ese joven mal ceñido”.
Dudóse
de si en sus expediciones fue más cauto que audaz. Jamás llevó su ejército a
terreno propicio a emboscadas sin explorar previamente los caminos, ni le hizo
pasar a Britania hasta asegurarse por sí mismo del estado de los puertos, del
modo de navegación y de los parajes que permitían el desembarco.
En
cuanto a las batallas, no se guiaba solamente por planes meditados con
detenimiento, sino que también aprovechaba las oportunidades que se le
presentaban, ocurriendo muchas veces que atacaba inmediatamente después de una
marcha, o con tiempo tan espantoso que nadie podía suponer se hubiese puesto en
movimiento; y solamente en los últimos años de su vida fue más cauto en
presentar batalla, convencido de que, habiendo conseguido tantas victorias, no
debía tentar a la fortuna y de que menos ganaría siempre con una victoria que
perdería con una derrota. Nunca derrotó a un enemigo sin apoderarse
inmediatamente de su campamento, ni dejaba reponerse del terror a los vencidos.
Cuando la victoria era dudosa, hacía alejar todos los caballos, empezando por
el suyo, para imponer a los soldados la necesidad de vencer, quitándoles todos
los medios de huir.
Terminadas
las guerras gozó cinco veces de los honores del triunfo: cuatro en el mismo
mes, después de la victoria sobre Escipión (en Tapso), aunque con algunos días
de intervalo, y la quinta después de la derrota de los hijos de Pompeyo. El
triunfo primero y más esclarecido fue sobre las Galias; después el de Alejandría,
el del Ponto, el de África y, en último lugar, el de Hispania, siempre con
aparato y fausto diferentes. Cuando celebró su victoria sobre el Ponto, veíase
entre los demás ornamentos triunfales un cartel con las palabras “veni, vidi, vici”, que no expresaban
como las demás inscripciones los acontecimientos de la guerra, sino su rapidez.
Constante
opinión es que fue muy dado a la incontinencia y espléndido para conseguir
estos placeres, habiendo corrompido un considerable número de mujeres de
elevado rango, entre las que se cita a Postumia, esposa de Servio Sulpicio; a
Lolia, de Aulo Gabinio; a Tertula, de M. Craso, como también a Mucía, de Cn.
Pompeyo. Pero a ninguna amó tanto como a la madre de Bruto, Servilia, a la que
dio durante su primer consulado una perla que le había costado seis millones de
sestercios. También amó a reinas, entre otras a Eunoe, esposa de Bogud, rey de
Mauritania, y según refiere Nasón hízole, lo mismo que a su marido, numerosos
ricos regalos; pero amó mucho más a Cleopatra, con la frecuentemente prolongó
comidas hasta la nueva aurora, y en nave suntuosamente aparejada hubiese
penetrado con ella desde Egipto a Etiopía si el ejército no se hubiera negado a
seguirle: hízole venir en fin a Roma, no dejándola marchar sino colmada de
dones y consintiendo llevase su nombre el hijo que tuvo de ella (Cesarión).
Su
íntimo trato con Nicomedes mancha su reputación, cubriéndole de indeleble y
eterno oprobio, exponiéndole a multitud de sátiras. Omito los conocidísimos
versos de Licinio Calvo:
Todo lo que Bitinia
Y el amante de César
llegaron a poseer
Impútansele,
sin embargo, acciones y palabras que demuestran el abuso de poder y que parecen
justificar su muerte.
GAYO SUETONIO TRANQUILO, nació el 70 d.C. en Hippo Regius (ARGELIA)
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