El jueves 11 de marzo del 2004, cuando sonó el despertador a las 7 de la
mañana, probablemente hice como cada día. Darle al botón repeat alarm, para hacer el remolón unos cinco minutos más antes de
levantarme. Cuando por fin me saqué de encima el edredón y el sueño, para
colocar los pies en la alfombra, nada me hizo presagiar que sería un día
convulso.
Una vez en la cocina, con el café con leche de rigor a medio tomar y cuando
las agujas del reloj de encima el frigorífico, señalaban las 7:37, tampoco nada
sentí que sería un día aciago. Mecánicamente calculé que todavía me quedaban
tres minutos para enfundarme la chaqueta y salir sin prisas hacia el trabajo.
Durante el trayecto, que si el tiempo lo permite hago siempre en bici, todo
seguía en su cauce normal.
Al llegar al vestuario de la empresa, aquí se empezaba a fraguar la
desgracia del día; pues los compañeros que vienen al curro en automóvil y
tienen la sensatez de escuchar la radio, dieron las primeras y confusas
noticias. En Madrid se han escuchado explosiones, dicen que un tren se ha salido
de la vía y que hay un gran caos. Eran las ocho de la mañana.
Esa mañana, nadie estaba atento al trabajo, aún a riesgo de ser pillado por el supervisor de turno; ahora
uno, ahora otro, se abandonaba el puesto para buscar noticias sobre lo sucedido
en Madrid.
- Ha sido un atentado con bombas en la estación de Atocha – escucho por mi
derecha.
- Hay más de un tren afectado, dicen que cuatro bombas han hecho saltar por
los aires otro tren que estaba a punto de entrar en la estación – me dice todo
compungido el compañero Jordi.
Al unísono y cabizbajo otros dos, atropelladamente intentan decirme que han
atentado a dos trenes más, pero esta vez a las afueras de Atocha.
El sentido común, me dice que no puede ser verdad todo lo que llega a mis oídos.
Tanta explosión y tantos trenes afectados, tiene que ser que mis compañeros
están solapando las noticias una y otra vez. Me digo para mis adentros, que
sólo puede haber una explosión y un tren afectado.
Durante toda la mañana las informaciones van tomando autenticidad y pienso
que mi sentido común, me ha fallado. Son las doce del mediodía y todos
confirman la catástrofe de Atocha. Diez bombas colocadas en cuatro trenes, han
sembrado de pánico, caos, sangre y muerte, Madrid.
Al llegar a casa, me olvido de quitarme la chaqueta, me olvido de poner la
mesa para comer y se me quita el hambre cuando veo las primeras imágenes en la
pantalla del televisor. Hierros retorcidos entre dos vagones de un tren fuera de
sus vías, policías, médicos, bomberos… El locutor habla de cientos de muertes y
miles de heridos. Se baraja la posibilidad que el atentado haya sido pertrechado
por un grupo islamista…
Cambio de canal. Otras imágenes, más terribles, si se quiere ver, que las anteriores. El
presentador micrófono en mano, cuenta que se encuentra en la calle Tellez, donde
un vagón, ahora partido por la mitad, ha sido barrido de las vías por cuatro
bombas.
Cambio otra vez de canal. Ahora hablan de un apeadero llamado el Pozo y de de
una estación Sta. Eugenia, en que casi simultáneamente, han explotado otros dos
trenes.
Cierro el televisor. Atónito e incrédulo, hago recuento de lo
visto y escuchado: En poco menos de cinco minutos, hacen explotar 4 trenes, en una hora punta de Madrid, donde
fallecen 191 personas (más del doble de la plantilla de la empresa donde
trabajo) y quedan 1858 heridos.
A pesar de lo visto y oído, mi sentido común sigue diciéndome que no puede
ser. Que esa sin razón no puede estar ocurriendo. Mi lógica, la lógica en que
he sido educado me dice que estoy en una pesadilla. Me pellizco, me hago sangre;
y esa sangre me devuelve a la realidad. La sangre que brota del arañazo que me
he propinado, me recuerda a la sangre que he visto en rostros, manos y cuerpos
y que eran tan reales, más reales por supuesto y más dolorosos, que mi simple
pellizco.
Al mismo tiempo que se cierra la herida sangrante, se abre un mar de
lágrimas por toda esta sin razón y por todos los que hoy no podrán volver a su
hogar.
Hoy 11 de marzo de 2014:
10 años del atentado terrorista en Atocha
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