YERMA.
Buenos días.
VIEJA.
Buenos los tenga la hermosa muchacha. ¿Dónde vas?
YERMA.
Vengo de llevar la comida a mi esposo, que trabaja en los olivos.
VIEJA.
¿Llevas mucho tiempo de casada?
YERMA.
Tres años.
VIEJA.
¿Tienes hijos?
YERMA.
No.
VIEJA.
¡Bah! ¡Ya tendrás!
YERMA.
(Con ansia.) ¿Usted lo cree?
VIEJA.
¿Por qué no? (Se sienta.) También yo vengo de traer la comida a mi
esposo. Es viejo. Todavía trabaja. Tengo nueve hijos como nueve soles, pero,
como ninguno es hembra, aquí me tienes a mí de un lado para otro.
YERMA.
Usted vive al otro lado del río.
VIEJA.
Sí. En los molinos. ¿De qué familia eres tú?
YERMA.
Yo soy hija de Enrique el pastor.
VIEJA.
¡Ah! Enrique el pastor. Lo conocí. Buena gente. Levantarse, sudar, comer unos
panes y morirse. Ni más juego, ni más nada. Las ferias para otros. Criaturas de
silencio. Pude haberme casado con un tío tuyo. Pero ¡ca! Yo he sido una mujer
de faldas en el aire, he ido flechada a la tajada de melón, a la fiesta, a la
torta de azúcar. Muchas veces me he asomado de madrugada a la puerta creyendo
oír música de bandurria que iba, que venía, pero era el aire. (Ríe.) Te
vas a reír de mí. He tenido dos maridos, catorce hijos, seis murieron, y sin
embargo no estoy triste y quisiera vivir mucho mas. Es lo que digo yo: las
higueras, ¡cuánto duran!; las casas, ¡cuánto duran!; y sólo nosotras, las
endemoniadas mujeres, nos hacemos polvo por cualquier cosa.
YERMA.
Yo quisiera hacerle una pregunta.
VIEJA.
¿A ver? (La mira.) Ya sé lo que me vas a decir. De estas cosas no se
puede decir palabra. (Se levanta.)
YERMA.
(Deteniéndola.) ¿Por qué no? Me ha dado confianza el oírla hablar. Hace
tiempo estoy deseando tener conversación con mujer Vieja. Porque yo quiero
enterarme. Sí. Usted me dirá...
VIEJA.
¿Qué?
YERMA.
(Bajando la voz.) Lo que usted sabe. ¿Por qué estoy yo seca ? ¿Me he de
quedar en plena vida para cuidar aves o poner cortinitas planchadas en mi
ventanillo? No. Usted me ha de decir lo que tengo que hacer, que yo haré lo que
sea; aunque me mande clavarme agujas en el sitio más débil de mis ojos.
VIEJA.
¿Yo? Yo no sé nada. Yo me he puesto boca arriba y he comenzado a cantar. Los
hijos llegan como el agua. ¡Ay! ¿Quién puede decir que este cuerpo que tienes
no es hermoso? Pisas, y al fondo de la calle relincha el caballo. ¡Ay! Déjame,
muchacha, no me hagas hablar. Pienso muchas ideas que no quiero decir.
Hoy 27 de marzo:
Día Mundial del Teatro
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