Entre tanto, los días se
sucedían unos a otros, enceguecientes,
pesados, en una obstinación de viento norte que doblaba las verduras en
lacios colgajos bajo el blanco cielo de los mediodías tórridos. El termómetro
se mantenía a 35-40, sin la más remota esperanza de lluvia. Durante cuatro días
el tiempo se cargó, con asfixiante calma y aumento de calor. Y cuando se perdió
al fin la esperanza de que el Sur devolviera en torrentes de agua todo el
viento de fuego recibido un mes entero del Norte, la gente se resignó a una
desastrosa sequía.
El fox-terrier vivió desde entonces sentado bajo su naranjo, porque
cuando el calor traspasa cierto límite razonable, los perros no respiran bien
echados. Con la lengua fuera y los ojos entornados, asistió a la muerte
progresiva de cuanto era brotación primaveral. La huerta se perdió rápidamente.
El maizal pasó del verde claro a una blancura amarillenta, y a fines de
noviembre sólo quedaban de él columnitas truncas sobre la negrura desolada del
rozado.
Hoy 22 de marzo:
Día
Mundial del Agua
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