Mientras el teniente coronel
Vicente Rojo planea lanzar a la recompuesta columna Durruti contra la cabeza de
puente de los nacionales, establecida a un lado del río Manzanares, en torno a
la Escuela de Arquitectura, en Valencia (ciudad donde se ha trasladado el
grueso del gobierno) Largo Caballero, para entonces presidente del Gobierno,
realiza unas declaraciones preocupantes:
- Madrid no es una posición
militar favorable, por lo que, en el caso hipotético de que los facciosos
llegaran a dominarla, el triunfo no pasaría de lo moral.
El escribiente Bernardo Afán
se resiste a dar crédito a esas palabras:
- O sea, que mientras los de
Madrid se parten el pecho en las trincheras, el gobierno los da por perdidos y
le resta importancia al asunto.
Su primo, el ujier Anselmo,
cruza un pasillo con un brazado de palos para la estufa del despacho del jefe de
negociado.
- ¡La puta guerra! –le
comenta, por lo bajo, al busto del duque de Alba, el de los tercios de Flandes,
que adorna la estancia.
Al amanecer, los cañones
pesados del 105 y del 155 del cerro Garabitas comienzan a tronar. Los
nacionales reanudan su asalto. Durante todo el día se combate, esta vez sin
desbandadas de milicianos. Al caer la tarde, después del baño de sangre que
afecta a las dos partes, la situación se mantiene invariable. Los nacionales no
avanzan, pero consolidan sus posiciones en el terreno conquistado la víspera.
Franco castiga la ciudad que
se le resiste. Durante el día, los cañones de Garabitas bombardean el centro de
Madrid; al oscurecer, la aviación descarga bombas incendiarias en la Puerta del
Sol, el paseo de recoletos y el barrio de las Ventas. A la mañana siguiente,
nueva lluvia de octavillas:
Si la ciudad no se rinde antes de las cuatro de la tarde,
los bombardeos comenzarán con mayor intensidad.
En la ribera del Manzanares,
donde en tiempos de paz paseaban chulos y manolas, hay un sembrado de cadáveres
grises, los ojos entornados sin luz, los labios abiertos de las tremendas
heridas por donde se escapó la vida.
El 17 de noviembre de 1936,
los legionarios y los moros vadean el Manzanares y ocupan el estadio de la
Ciudad Universitaria. A última hora de la tarde asaltan el enorme edificio en
construcción del Hospital Clínico.
Miaja, que se dirige a la
Cárcel Modelo para inspeccionar el campo de batalla desde sus azoteas, se
encuentra, de pronto, en medio de una desbandada de anarquistas en fuga:
-¡Cobardes! –los increpa.
¡Venid a morir aquí con un viejo! ¡A morir con vuestro general Miaja!
El teniente coronel Rojo
intenta apartarlo del fuego:
- Mi general, éste no es su
sitio. Vuelva al puesto de mando.
Los fugitivos se detienen,
cambian de parecer, vitorean al general y regresan a la lucha. No obstante, en
el estado Mayor se considera seriamente la idea de desarmar a los milicianos de
Durruti, tan indisciplinados y propensos al chaqueteo. Durruti defiende a sus
hombres. Otra vez solicita para ellos el lugar de mayor peligro: “Vamos a
demostrar los cojones que tenemos los de la columna Libertad”.
Mientras la aviación
franquista bombardea sañudamente Madrid, como prometían las octavillas (con tal
cantidad de bombas que las embajadas de Francia e Inglaterra emiten una nota de
protesta), los combates se reanudan en el Hospital Clínico.
En estos días fríos y
lluviosos, los legionarios y los moros refuerzan su monótono rancho con los
conejos y gatos que servían para los experimentos en el Instituto de Higiene,
muchos de ellos infectados de tifus o peste. En las trincheras republicanas no
se come mejor. A veces los milicianos pasan semanas sin comer caliente. Su
intendencia funciona peor que regular.
- ¿Intendencia esta mierda?
–replica el miliciano Expósito mientras abre a machetazos una lata de carne
rusa en conserva. Una lata para cinco hombres. La comen con cierto asco. Sabe a
grasa de camión. Si supieran el trabajito que cuesta traerla, ya lo
agradecerían. Los mercantes que abastecen a la república están constantemente
amenazados por los submarinos piratas italianos que recientemente han
torpedeado al Miguel Cervantes. A lo
largo de la contienda, cincuenta y siete submarinos italianos realizarán
ochenta y seis misiones de guerra.
17 de julio
de 1936, da comienzo la Guerra Civil Española
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