-Claro, ¿no
sabéis que no se nos ve jamás a uno sin los otros, y que entre los mosqueteros
y entre los guardias, en la corte y en la ciudad, se nos llama Athos, Porthos y
Aramis o los tres inseparables? Bueno como vos llegáis de Dax o de Pau...
-De Tarbes -dijo D'Artagnan.
-...os está permitido ignorar este detalle –dijo
Athos.
-A fe mía -dijo D'Artagnan-, que
estáis bien llamados, señores, y mi aventura, si tiene alguna resonancia,
probará al menos que vuestra unión no está fundada en el contraste.
Entre tanto Porthos se había
acercado, había saludado a Athos con la mano; luego, al volverse hacia
D'Artagnan, había quedado estupefacto. Digamos de pasada que había cambiado de tahalí,
y dejado su capa.
-¡Ah, ah! -exclamó-. ¿Qué es
esto?
-Este es el señor con quien me
bato -dijo Athos señalando con la mano a D'Artagnan, y saludándole con el mismo
gesto.
-Con él me bato también yo -dijo
Porthos.
-Pero a la una -respondió
D'Artagnan.
-Y también yo me bato con este
señor –dijo Aramis llegando a su vez al lugar.
-Pero a las dos -dijo D'Artagnan
con la misma calma.
-Pero ¿por qué te bates tú,
Athos? –preguntó Aramis.
-A fe que no lo sé demasiado; me
ha hecho daño en el hombro. ¿Y tú, Porthos?
-A fe que me bato porque me bato –respondió
Porthos enrojeciendo.
Athos, que no se perdía una, vio
pasar una fina sonrisa por los labios del gascón.
-Hemos tenido una discusión sobre
indumentaria -dijo el joven.
-¿Y tú, Aramis? -preguntó Athos.
-Yo me bato por causa de teología
–respondió Aramis haciendo al mismo tiempo una señal a D'Artagnan con la que le
rogaba tener en secreto la causa del duelo.
Athos vio pasar una segunda
sonrisa por los labios de D'Artagnan.
-¿De verdad? -dijo Athos.
-Sí, un punto de San Agustín
sobre el que no estamos de acuerdo -dijo el gascón.
-Decididamente es un hombre de
ingenio -murmuró Athos.
-Y ahora que estáis juntos, señores
–dijo D'Artagnan-, permitidme que os presente mis excusas.
A la palabra «excusas», una nube
pasó por la frente de Athos, una sonrisa altanera se deslizó por los labios de
Porthos, y una señal negativa fue la respuesta de Aramis.
-No me comprendéis, señores -dijo
D'Artagnan alzando la cabeza, en la que en aquel momento jugaba un rayo de sol
que doraba las facciones finas y osadas-: os pido excusas en caso de que no
pueda pagaros mi deuda a los tres, porque el señor Athos tiene derecho a matarme
primero, lo cual quita mucho valor a vuestra deuda, señor Porthos, y hace casi
nula la vuestra, señor Aramis. Y ahora, señores, os lo repito, excusadme, pero
sólo de eso, ¡y en guardia!
ALEJANDRO DUMAS, nació el 24 de de julio de 1803, en Francia
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